
Ya cansado de la opresión recurrí al médico del pueblo. Su mirada era opaca, confusa, no estaba preparado para mis síntomas. Revisó cada parte de mi cuerpo para tratar de contenerlo. Una vez concluida la revisión exhaustiva de todo mi ser sin pronunciar palabra alguna volvió taciturnamente a sentarse en su escritorio mientras me hacía un pequeño ademán con su mano derecha ordenando sentarme justo a su frente.
Intentó preguntarme pero la carraspera lo interrumpió. En su segundo intento lo logró. Era obvia la pregunta: mis síntomas. Yo con la necesidad de encontrar una solución rápida y efectiva empecé a explayarme con lujos de detalles. “Tengo constante secreciones por todo mi cuerpo. Traspiro muchísimo, mi corazón pasa de latir normalmente a sobresaltarse, me lagrimean los ojos, se me eriza la piel muy a menudo y siento escalofríos, y mi salud mental también es algo que me preocupa también.”Concluí y noté su mirada lejana como tratando de atinar una respuesta que por supuesto no había encontrado aún.
Yo tenía mis manos apoyadas cada una en la rodilla que les correspondían. Se podía hasta escuchar el silencio.
De repente comenzó a escribir en su recetario con una caligrafía perfecta, desacorde con los médicos convencionales. Su mirada no se despegaba del pequeño papel rectangular. Concluyó y solamente me la entregó y me indicó que la entregara en la sala de emergencia.
El tratamiento funcionó. Me desmesuraron el cuerpo para que pueda contener todo lo que siento. Pero los pronósticos no son muy buenos. El médico dice que esta enfermedad llamada “Amor” no tiene piedad. Se propaga más que el cáncer, crece cada día a pasos agigantados más que el tumor más maligno, cada beso o cada mirada la hace más fuerte, continuamente deberán desmesurarme para que no me ahogue.
Sé que me mi destino final es la muerte, porque cada día que pasa pierdo una nueva batalla, cada día me ahoga más, cada día se propaga más. Directamente proporcional a mi muerte, crece mi felicidad.
Intentó preguntarme pero la carraspera lo interrumpió. En su segundo intento lo logró. Era obvia la pregunta: mis síntomas. Yo con la necesidad de encontrar una solución rápida y efectiva empecé a explayarme con lujos de detalles. “Tengo constante secreciones por todo mi cuerpo. Traspiro muchísimo, mi corazón pasa de latir normalmente a sobresaltarse, me lagrimean los ojos, se me eriza la piel muy a menudo y siento escalofríos, y mi salud mental también es algo que me preocupa también.”Concluí y noté su mirada lejana como tratando de atinar una respuesta que por supuesto no había encontrado aún.
Yo tenía mis manos apoyadas cada una en la rodilla que les correspondían. Se podía hasta escuchar el silencio.
De repente comenzó a escribir en su recetario con una caligrafía perfecta, desacorde con los médicos convencionales. Su mirada no se despegaba del pequeño papel rectangular. Concluyó y solamente me la entregó y me indicó que la entregara en la sala de emergencia.
El tratamiento funcionó. Me desmesuraron el cuerpo para que pueda contener todo lo que siento. Pero los pronósticos no son muy buenos. El médico dice que esta enfermedad llamada “Amor” no tiene piedad. Se propaga más que el cáncer, crece cada día a pasos agigantados más que el tumor más maligno, cada beso o cada mirada la hace más fuerte, continuamente deberán desmesurarme para que no me ahogue.
Sé que me mi destino final es la muerte, porque cada día que pasa pierdo una nueva batalla, cada día me ahoga más, cada día se propaga más. Directamente proporcional a mi muerte, crece mi felicidad.